Por Ignacio Illia para Perycia
Hechos
A Fernando Báez Sosa (18) lo mató una patota. Ocho contra uno. Para los entendidos del rugby, es como si una formación de scrum rodeara a un medio apertura –el 9, el que maneja la guinda y en general el más petiso– y lo ataque sin más, aun en el piso y patee hasta verlo desangrar, roto, que parezca muerto, o directamente ya esté muerto en este caso. En fin, caduque (paradójicamente, un término que en leyes se utiliza para decir que algo perdió validez o efectividad por el paso del tiempo). Le rompieron el cuerpo, la cabeza y el alma a piñas y patadas, para que no se levante nunca más. Con bronca, con desprecio, con saña, con alevosía.
Esto, lo descripto, es el hecho primario, indiscutible, lo que ocurrió aquel fatídico 18 de enero de 2020 antes de las 4.44 de la madrugada en Avenida 3 y 102, en Villa Gesell, cuando el corazón de Fernando dejó de latir.
A Marcos Spedale también lo mató a golpes una patota, a la salida de un boliche en Córdoba, el 8 de enero de 2005. Además, hubo botellazos. Y también, como a Fernando, a Marcos le pegaron como a “una bolsa de basura”, según dijeron los testigos en el juicio, o como relató el responsable de la autopsia: “Le pegaron por lo menos durante cinco minutos mientras él ya estaba en el piso y sin poder defenderse”. Marcos murió en la calle, tragando su propia sangre.
Los jóvenes que mataron a Marcos también tenían numerosos antecedentes de peleas. Tenían entre 16 y 21 años y solo uno, Ramiro Pelliza (21), fue condenado a 15 años de prisión, de los cuales cumplió ocho por el delito de homicidio simple. Otro de los imputados, de 19 años, fue absuelto por el beneficio de la duda. El resto de los involucrados quedaron a disposición de un Juzgado de Menores, que los condenó a 6 años de prisión por considerarlos coautores de “homicidio simple con dolo eventual”, y los dejó en libertad.
El dato llamativo de este caso, como ocurrió en el juicio por el crimen de Báez Sosa, es que Pelliza, al decir sus últimas palabras, aseguró que jamás tuvo la intención de matar. Como Máximo Thomsen. Y del decir de fuentes judiciales, si bien al que todos apuntan como el líder de la banda esta declaración lo ubica en la escena del crimen (hasta tiene la huella de su cyclone pegada en la cara de Fernando), necesariamente esto no lo incrimina con el delito mayor, aunque su suerte ya esté echada para muchos.
Miradas
El caso Báez Sosa y su consecuente juicio que se lleva a cabo en Dolores y que tendrá su cierre a más tardar el último día de enero (el veredicto será el 30 o el 31), tiene varias particularidades más allá de las diversas opiniones respecto a su desenlace. Sobre el hecho primario, indiscutible, el único resultado posible es la condena a los denominados ocho rugbiers de Zárate.
Perpetua para todos, dirá en el alegato Fernando Burlando o Fabián Améndola, el cerebro del equipo que representa al particular damnificado, a Silvino y Graciela, los padres de Fernando (una parte de la exposición estará también a cargo de Facundo Améndola, hijo de Fabián). Lo mismo pediría la fiscalía, a cargo de Juan Manuel Dávila y Gustavo García. En ambos casos, insistirían con la acusación original hacia los ocho imputados por el delito de “homicidio agravado por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas”.