Gritos y torturas. Persecución y miedo. Secuestros y desapariciones. Lucha y búsqueda. Personas armadas. Estas palabras se repitieron en las historias de cada testigo que pasó por la sala de audiencias en el juicio Jefatura III. El 27 de junio fue la última audiencia, antes de verse interrumpidas por la feria judicial.
El último relato que resonó por toda la sala fue el de Nora Miriam Borges. Nora era sobrina de Julio Ángel Alderete, secuestrado el 24 de marzo de 1976 en la localidad de Las Cejas. Fue durante la mañana, mientras ella jugaba. Policías armados ingresaron a su casa y preguntaron por Julio. “Lo sacaron a mi tío de la cama, apenas le permitieron que se ponga el pantalón. Lo sacaron esposado. Mi mamá preguntó cuál era el motivo por el que se lo llevaban, pero no le dijeron”, dice Nora.
Nora tenía solo seis años, pero recuerda todo detalladamente. Luego de que se llevaran a su tío, se dirigió con su mamá a la comisaría de Las Cejas. Preguntaron por él y solamente les dijeron que podían llevarle comida, y así lo hicieron. Nora era la única que podía ingresar. “Cuando abrieron el calabozo, estaba muy oscuro. No se veía quiénes estaban, pero había otras personas. Mi tío apareció un poquito nomas, puse las cosas en el piso. Los policías me revisaron, desmoronaron todo el pan y se lo dieron”, cuenta. Esa secuencia se repitió por varios días más.
La mamá de Nora no se daba por vencida, quería saber de su hermano, quería verlo. Una noche se dirigió nuevamente a la comisaría y vio cómo sacaban de los calabozos a todas las personas que estaban secuestradas allí. Los sacaban en medio del frío y los torturaban. “Mi mamá se escondía detrás de un eucalipto grande, junto a su vecina Máxima Denuchi, y tiraban piedras para que dejen de golpearlos”, dice Nora. Después de un tiempo, a Julio lo trasladaron a otro lugar. Su familia lo buscó por otras comisarías y hospitales, pero al no tener más noticias de él, dejaron de buscarlo.
Seis meses después a Julio lo soltaron, con los ojos vendados, en la localidad de Los Ralos y regresó a su casa. “Mi tío golpeó la puerta y dijo ‘mamá, soy yo. Soy Julio’. Nos levantamos a ver y estaba en malas condiciones. Estaba muy sucio, el pelo largo, lastimado”, recuerda y señala los lugares en donde tenía las heridas. A Nora le cuesta poner en palabras lo que sintió en aquel momento, su voz se quiebra y seca las lágrimas que comienzan a aparecer. Por más de un año Julio no pudo salir de su casa, no podía ver la luz del sol. Cada noche los recuerdos de aquel tormento aparecían, impidiéndole dormir. El hombre que había sido años antes, ya no estaba más.
“Esto me tenía traumada. De niña no entendía por qué pasaba eso. Ahora que tuve la oportunidad de venir a hablar, vine porque no puede pasar más. Solo nosotros sabemos lo que hemos sufrido en mi casa por el hecho de ser peronistas”, dice la mujer de 53 años. Cuando Nora termina de declarar, la sala se llena de aplausos y abrazos, por su valentía al contar la historia de su tío Julio Alderete, y por la fortaleza al vivir todo aquello con tan solo seis años.
Un juicio que avanza con lentitud