Una venda en los ojos y la oscuridad misma. Para Roque Humberto Palacio esa venda en los ojos significó el comienzo de las torturas, el sufrimiento y la incertidumbre por dos años y nueve meses.
El día que lo secuestraron, personas encapuchadas lo llevaron a la escuela República del Perú, en Banda del Río Salí, donde fue torturado. Después, estuvo en la Jefatura de Policía. Por casi un mes, su compañera de vida Susana Ledesma no supo de su paradero, a pesar de haberlo buscado en todos lados.
Un día, un hombre le dijo que lo iban a trasladar al penal de Villa Urquiza. “Ahí me han dejado verlo. Estaba muy delgadito, con 40 kilos”, dice Susana y agarra fuertemente la mano de la mujer que la acompaña, para calmar sus nervios y poder continuar, mientras declara en la audiencia del lunes 28. En Villa Urquiza lo tuvieron más de un año bajo torturas, pasando hambre y frío. Luego fue trasladado al penal de Sierra Chica, Buenos Aires y a La Plata.
A Humberto lo secuestraron el 17 de enero de 1976, a las seis de la mañana. “A gritos se llevaron a mi padre”, dice Liliana Palacio, hija de Humberto y Susana. El impacto de esos gritos fue tan grande que por mucho tiempo estuvieron presentes en su cabeza y, aunque solo tenía seis años, es algo que jamás olvidó.
“El día que le dieron la libertad a mi papá, nosotros lo esperábamos con ansias. Cuando llegó era una persona totalmente distinta. Volvió una persona totalmente atormentada, con muchos problemas psicológicos. Tiempo después, nos enteramos que estaba tan mal que se quería suicidar”, cuenta Liliana. Para Humberto la Jefatura fue el infierno mismo: podía escuchar los gritos de hombres y mujeres que también eran torturados, mataban a personas a su lado y, aunque una venda cubría sus ojos, podía imaginar aquel escenario y la sensación de terror lo atravesaba.