Con el tiempo, los jueves se convirtieron en el día de reivindicación de la lucha de Madres. Los jueves, cuenta Sara, son los días donde se reencuentran en las plazas con sus hijos e hijas desaparecidos durante la dictadura. Donde, a través del nudo de sus pañuelos, encuentran el abrazo con ellos. En Tucumán, llegaron a congregarse alrededor de 300 personas en plaza Independencia para acompañarlas. Hoy, Sara continúa sosteniendo la ronda de los jueves: aunque solo unas cuantas personas la acompañan en la plaza, ella sigue firme y recuerda aquellas marchas en las que le tocó estar sola. A pesar de ello, nunca dejó de asistir porque era ahí donde encontraba, y aún encuentra, la fuerza para seguir. “No puede haber un jueves sin marcha”, dice.
Para ella la plaza Independencia es el lugar de los hechos históricos, de la lucha de trabajadores, trabajadoras y estudiantes. “Cada baldosa de la plaza grita. Cada baldosa de la plaza también canta las alegrías del pueblo. Por eso hay que seguir sosteniéndolo”.
Con cierta nostalgia, recuerda aquellas marchas de la resistencia que se realizaban en la provincia y que tenían una duración de 12 horas. Se recuerda organizándolas y también la importante presencia del arte en cada una de ellas. Trae al presente a las compañeras que ya no están: Aida “Pirucha” Campopiano, Graciela González de Jeger, Natividad Figueroa. Después de sus partidas, fue Sara quien tuvo que tomar la palabra y hacerle frente al público. Cada vez que lo hacía, los nervios le recorrían todo el cuerpo. “Yo antes nunca había hablado en una plaza. Yo era siempre dentro del grupo la que organizaba cosas, la que llevaba y traía cosas”, recuerda mientras una sonrisa de oreja a oreja aparece en su rostro.
El arte como compañía
La juventud de Sara estuvo marcada por el arte. La danza contemporánea, el teatro y la cerámica fueron y siguen siendo sus pasiones. “En la medida en que uno va tomando más responsabilidades, lo artístico va quedando atrás porque el tiempo no te da”, dice. El arte aún la acompaña. Siempre que tiene la oportunidad despliega su pañuelo y baila. “Me apasiona encontrar la expresión de los cuerpos. Qué te dicen esos cuerpos que a lo mejor caminan agachados, con dificultad o muy rápido. Para mí te dicen todo sin articular palabra, y creo que la danza es eso”, cuenta y acompaña cada palabra con el movimiento de sus manos.
En su casa la música y la escultura no faltan. En ellas también encuentra una forma de expresar aquellas historias que le atraviesan el cuerpo y el corazón.
En su juventud también encontró a su compañero de vida, Luis, con quien sostiene su lucha. “Él es una persona que piensa como yo. Es para mí una persona importante. Me sostiene, me ayuda a sostener el programa de radio”, dice y recuerda que el camino no fue fácil, ya que durante la dictadura, Luis trabajaba en una institución del Estado por lo que corría el riesgo de ser despedido. Sara también rememora el cariño que él siempre tuvo por su hermana Ana. Cuenta que la ayudó a tipear su trabajo final en la máquina de escribir, ese trabajo final que le dio el título de profesora de filosofía y que aún lo conserva como un tesoro. “Siempre la presencia de él ha estado, de una manera u otra”.
“A los jóvenes les digo que se formen. Que sean muy curiosos, que investiguen, que no se queden con lo que les dicen. Que vayan buscando en esa curiosidad un camino. Y que no hay que temerle a la palabra política ni a la palabra revolución”, dice Sara. En el actual contexto de ajuste y violencia por parte del Gobierno nacional, Sara junto a las Madres, mantienen la esperanza intacta. “Este gobierno trae en sus manos aquella historia que instalaron los militares en la dictadura cívico militar del 76, que es la planificación del sufrimiento. Pero hay que seguir. En los momentos más oscuros se tiene que seguir”.
“Cuando a uno le pasan estas cosas que te cambian, te vas definiendo por seguir defendiendo la vida. No hay una aspiración personal. Empieza a primar lo colectivo, lo solidario. Yo amo esta militancia”, dice la mujer de 74 años. La mujer que mantiene la misma esperanza con la que comenzó la lucha y la militancia en la década del 70. La mujer que en cada marcha sostiene su pañuelo blanco, despliega su ternura y levanta las banderas de Memoria, Verdad y Justicia por los 30.000 compañeros y compañeras desaparecides.