Goleador y campeón con tres grandes: su pasión por la F1 y la reveladora charla con Cruyff poco antes de su muerte

Allá por 1929, la Compañía General de Combustibles creó una marca para denominar a los productos derivados del petróleo que refinaba y distribuía. La llamó Puma. En los 50, una moto fabricada en Córdoba que se convirtió en símbolo del segundo gobierno de Juan Domingo Perón fue bautizada con el mismo nombre. Tuvieron que pasar casi dos décadas hasta que Sandro, el ídolo musical que enloquecía multitudes en toda América, grabase “Mi amigo el Puma” en 1973, y para que al año siguiente José Luis Rodríguez, el cantante y actor venezolano, copiase el alias en la interpretación de un personaje en una novela.

Por esos tiempos, en el mundo futbolero argentino el apodo ya hacía rato que tenía dueño: Carlos Manuel Morete, un número 9 que sacudía las redes adversarias con el mismo instinto depredador e idéntica eficacia que uno de los felinos más admirados y a la vez temidos de nuestra geografía enfundado en una camiseta que atravesaba su época más traumática, la de River. “No sé si la mejor manera de definir esos años es decir que se vivían como una cruz, pero siempre pasaba algo en partidos clave y finales que arruinaba la motivación con que los jugadores y la gente comenzábamos cada temporada”, recuerda el hombre de 73 veranos (nació en enero) que comenzó su vida en Vicente López y fue criado en Carapachay. Entonces enumera: “En el 70, cuando yo debuto, perdemos el campeonato con Independiente por un gol después de aquel penal que [Aníbal] Tarabini pateó tres veces contra Racing; en el 72 perdemos la final del Nacional en el alargue contra San Lorenzo; antes habían pasado la Copa Libertadores perdida con Peñarol, el penal de Gallo no cobrado [ante Vélez] en el triangular de desempate del Nacional 68, otra final contra Chacarita en el 69… era demasiado. Pero cuando por fin conseguimos ser campeones en el 75 dije que a partir de ahí iban a venir por decantación un montón de títulos, y fue así nomás”.

No resulta sencillo encerrar una trayectoria tan intensa como la de Morete en el apretado espacio de una entrevista. Son muchos los capítulos, son muchas las vivencias, son muchas las anécdotas, son muchos los goles, son muchos los nombres y los personajes de reparto. Aunque hay uno que, sin duda, merece protagonizar el comienzo de la historia.

DEPORTES. Entrevista al Puma Morete en un cafe de Belgrano.Tadeo Bourbon

-Yo había jugado todo el partido de Reserva y cuando termina me dicen que tenía que ir rápido al vestuario de la Primera. Fui así nomás, sin bañarme. Me agarra Labruna y me pregunta: “Nene, ¿cómo estás?”. Le contesto que bien y me avisa que voy a ir al banco de Primera. Le aclaré que había jugado en Reserva, me dijo “y a mí qué me importa” y me sentó en el banco. El rival era Rosario Central y me puso faltando 20 minutos. Así debute en River.

Aquel encuentro por la tercera fecha del Metropolitano 1970 se disputó el 29 de marzo en el Monumental y fue triunfo del Canalla por 2 a 0 con tantos de Hugo Zavagno y Roberto Chango Gramajo. Para ver el primer gol del Puma hubo que esperar cuatro meses más. Fue el 5 de julio, en La Plata, contra Estudiantes.

-Yo había ido al banco y Ángel me hizo entrar también al final. Íbamos 0 a 0. La primera pelota que toqué me había quedado picando afuera del área. El arquero era [Néstor] Errea. Yo sabía que él jugaba adelantado, así que sin mirarlo hice ¡pin! por arriba. El tipo estaba en el punto de penal y me salió justo para que baje al lado del travesaño. Un golazo. Después el Mono [Oscar] Mas hizo el segundo y ganamos 2 a 0.

Morete y el grito de gol, un romance eternoArchivo LA NACION

-¿Quién o qué fue Labruna para vos?

-¡Ja! Mirá, hay técnicos que por ahí no te reconocen nada, o no te lo demuestran. Pero también hay otros que te quieren, te aprecian y sí que te lo hacen sentir. Es algo que el jugador a veces necesita. Son esos tipos que te quieren tener con ellos, que te llevan acá o allá. Entrás siempre en sus planes. Ángel para mí fue uno de estos. Me dio muchos ejemplos de su cariño.

-Contá algunos, por favor.

-Después de mi paso por Boca decidí que dejaba el fútbol. Me fui a Mar del Plata. Estaba en Punta Mogotes con mi señora y los pibes y un día apareció Rodolfo Talamonti, el ayudante de Labruna. “Ángel está en Talleres y te quiere llevar”, me dice. Le cuento que estaba podrido y no quería jugar más. Se fue y volvió a la semana. Me tiró un sobre con un pasaje: “Hotel Crillón, te tomás el avión y vas para allá”. Le repito que no tenía ganas, me responde que haga lo que quiera y se va. Ahí mi mujer me recomienda que vaya a hablar con él. Me tomé el avión, salgo del aeropuerto, estoy buscando un taxi para ir hasta el Crillón y escucho un chistido: era Ángel, escondido atrás de una columna.

-No se puede creer…

-Sí, pero estaba ahí. Me abrazó, me dio un beso, me subió al coche y me llevó directo a la casa de Amadeo Nuccetelli, el presidente de Talleres, para firmar el contrato. Esto fue un miércoles, el domingo empezaba el campeonato, yo llevaba dos meses sin hacer nada, me puso de titular. Yo le decía que nos iban a insultar a todos, a mí, a él, a Nuccetelli. “No me importa, vas a agarrar ritmo jugando”. En las primeras 4 fechas no pude meterla ni de casualidad y empezaban los murmullos. En la quinta, contra Mariano Moreno de Junín, hice 4 goles y no paré más. Le metí 2 a Boca en la Bombonera y 3 en la revancha en Córdoba, hice goles en 13 partidos seguidos y terminé con 20 en 20 fechas. [N. de la R.: Boca fue una de las principales víctimas del hambre goleador del Puma, aunque ningún tanto se recuerda más que el de la victoria 5-4 sobre la hora en el inolvidable clásico del Nacional 72 en cancha de Vélez].

Los jugadores de River llevan en andas a Ángel Labruna el día del 2-0 contra Racing, el 17 de agosto de 1975Archivo LA NACION

-Ahora contá otra con Labruna, por favor.

-Semifinal del Nacional 83, yo jugaba en Independiente. Nos toca Argentinos Juniors, dirigido por Ángel. Perdemos 2-1 la ida y teníamos que ganar la revancha por dos goles. Íbamos 1 a 0 y faltaban 15 minutos cuando recibo una pelota, se la toco por un lado a José Luis Pavoni, me sale Alles, el arquero, y la meto contra el primer palo. 2 a 0 y los eliminamos. Cuando termina voy a saludar a Labruna, que estaba con la corbata desanudada para cualquier lado, y me grita: “¡Justo vos me vas a echar! ¡Me echaste vos de acá!”. Me quedé cortado, me salió preguntarle “¿y qué quería que hiciera?”. Entonces me abraza, me da un beso y me dice: “Está muy bien, sabés que te quiero mucho”. Ángel murió unos meses después, había dejado una nota con jugadores que quería para el año siguiente. Entre ellos estaba yo.

Las estadísticas indican que el Puma Morete marcó 265 goles en 16 años de carrera, que se consagró tres veces como máximo artillero de un torneo -Nacional 72 y Metropolitano 74 con River; Metropolitano 82 con Independiente-, y que es el segundo goleador en toda la historia de la Unión Deportiva Las Palmas, el club español donde jugó entre 1975 y 1980, además de ser, todavía hoy, el jugador que más tantos logró en una temporada en el equipo canario: 30 en la 77-78. Fue, sin duda, un experto en la materia.

-Mi barrio, Carapachay, estaba lleno de potreros y yo siempre jugué de 9. Hasta que un día, un señor de la zona, Don Antonio, nos llevó al Gato [Salvador] Daniele y a mí a probar a River. Fui a tres prácticas y hacía goles, goles y más goles. Ahí Carlos Palomino, que dirigía la prueba, me dijo que quería hablar con mi papá y quedé en el club. Yo no era hincha de River, pero se dio así.

A los 72, Morete confiesa que le gusta más mirar Fórmula 1 que partidos de fútbolTadeo Bourbon

– ¿Y de quién eras hincha?

-De Racing. Mi abuelo yugoslavo era socio. Compraba la revista Racing todas las semanas, iba a verlo de local y me llevaba. En 1966, cuando yo ya estaba en la novena de River, iba a ver al equipo de José que salió campeón. El 2 de aquel equipo era Perfumo y en el 75 fuimos compañeros en el River campeón. Roberto me llevaba 10 años.

-¿Se puede aprender a ser goleador serial?

-Al goleador podés mejorarle cosas, pero no podés fabricarlo, porque aparte está el olfato, y nadie te va a vender un tarro de olfato, lo traés de la cuna y no tiene explicación. Vos estás en la cancha, vas viendo la jugada, te va llevando la situación, vas al segundo palo y de repente te encontrás con la pelota ahí. Y decís, ¿por qué no fui al primer palo? Porque las cosas suceden así. Eso es el goleador y no lo podés explicar, o por lo menos yo no sé por qué enganchaba esas pelotas. Sí te puedo decir que era rápido, ganaba en velocidad, y también que, si bien soy diestro, le pegaba casi igual con las dos piernas. Esa era una ventaja. Después, hay técnicos que te van dejando cosas.

-Por ejemplo…

-Renato Cesarini. Yo estaba en la novena, y Cesarini, que dirigía la Primera, iba a ver las inferiores. Después de un partido en el que hice varios goles vino al vestuario y preguntó por mí. Se me sentó al lado y me dijo: “Yo quiero que meta más goles que hoy, ¿usted sabe lo que hacen los corredores de atletismo?”. Por supuesto, no lo sabía, y me explicó: “Se agachan, se ponen en puntas de pie y cuando suena el tiro salen corriendo en puntas de pie. Usted, que ya es rápido, tiene que acostumbrarse a correr en puntas de pie, porque los defensores no están así y si usted arranca con ese cachito de ventaja le va a ganar siempre y es gol”. Ese consejo me quedó para toda la vida. Primero me acostumbré a trotar en puntas de pie, y después claro, cuando te meten la bocha ya saliste y te fuiste solo.

-¿Hubo algún otro?

-Didí también me dio un consejo importante. Me pedía que me moviera todo el tiempo, porque en algún momento un compañero me iba a poner la pelota donde yo quería, y era verdad. Además, en esa época se jugaba con un líbero que seguía al 9 y un stopper que estaba 20 metros más atrás. Didí me decía que los juntara a los dos y a partir de ahí no dejara de yirar para fabricar el claro donde el volante pudiera tirarme el pase. Yo veo ahora las defensas que juegan en línea y pienso que quedaría un montón de veces frente al arquero. Tendría que hacer tres goles por partido.

River, para jugar contra Banfield el 16 de marzo de 1975: arriba, Ártico, Comelles, Raimondo, Fillol, Perfumo y Héctor López; abajo, Pedro Gonzalez, Jota Jota López, Morete, Alonso y MásArchivo LA NACION

-¿Le enseñaste a alguien estos secretos para ser goleador?

-Como te digo, es difícil de transmitir. Mucho después, cuando estaba en Argentinos Juniors, empezó a entrenar con nosotros Claudio Borghi, y me preguntaba cómo hacía para enganchar los rebotes en el área, incluso en las prácticas se me ponía detrás a ver si aprendía, pero la pelota me seguía cayendo a mí. Qué sé yo, era así. Hernán Crespo era un poco de esa manera, rápido, rebotero, anticipaba en los centros, de cabeza o con el pie. Distinto a mí, pero parecido en algunas cosas.

El éxito de un centrodelantero como Carlos Morete depende principalmente de su efectividad en los remates, pero necesita de manera indispensable de los abastecedores que lo nutran de materia prima -buenos centros, pases filtrados, pelotazos bien puestos- para llegar con ventaja al momento del disparo o del mano a mano con el arquero contrario. En ese sentido, el Puma no tiene derecho a queja. La lista de compañeros que se movieron a su alrededor, ya sea a sus espaldas o por los costados, es tan amplia como notable: Norberto Alonso, Juan José López, Miguel Brindisi, Diego Maradona, José Daniel Valencia, Ricardo Bochini fueron los volantes; Oscar Mas, Pedro González, Oscar Ortiz o Gabriel Calderón, algunos de los punteros. Solo nombrarlos lleva a pensar que era imposible no ser goleador con semejantes asistidores, pero…

-Todos me dicen que tuve suerte de jugar con esos cracks. Siempre les digo que en aquella época del fútbol argentino los cracks no eran solo los que llevaban el número 10. Los defensores y los arqueros también eran fenómenos, mucho mejores que los de ahora, y además te tiraban a matar y no había cámaras en los estadios, como mucho una de casualidad. Había cada nene, acá y en todas partes. ¿Sabés lo que era Aguirre Suárez? Y en España estaba Benito, el del Real Madrid. La suerte que sí tuve fue no sufrir lesiones graves, nunca me operaron, tengo todo, hasta los meniscos. La única vez que me enyesaron fue por culpa de ese Benito. No pude esquivarlo en un partido en el Bernabéu y me llevó la pierna. Pensé que me había roto todo, cuando me levanté me flameaba la gamba. Me había abierto la cápsula meniscal, pero con 45 días de yeso se curó sin operar. Si hasta los compañeros en los entrenamientos iban a romperte…

Carlos Morete con su hijo durante su estadía en Las Palmas, mientras se recuperaba de una lesión@CarlosManuelMorete

-¿En serio? ¿Cómo era eso?

-Como en España no hay Reserva ni partidos preliminares, el día para mostrarse era los jueves, en la práctica de fútbol. En Las Palmas teníamos un 6 que jugaba con cuatro tapones de aluminio en la planta y dos en el taco. Él se ponía los más altos y se afinaba uno de cada lado, entonces te pisaba y te dejaba rengo. Yo era raro que jugara los partidos con canilleras, solo algunos. Pero para entrenar me las ponía todos los jueves.

-Está bien, pero no podés negar que te tocó compartir equipo con jugadores extraordinarios.

-Por supuesto, eso desde ya. El Beto era un artista, no sé si cuando tenía 20 años no era más que Maradona, mirá lo que te digo. Jota Jota era el patrón del equipo, el que manejaba todo; Bochini te la daba siempre con ventaja; y a Brindisi lo considero uno de los 15 mejores jugadores de la historia del fútbol. Jugaba de 8, de 9, de 10, hacía goles, le pegaba bien a la pelota, tenía un cambio de ritmo espectacular, un infierno, ahí donde jugó la rompió. Fue más que Maradona en el Boca del 81 en el que yo estuve. Siempre le dije que se tendría que haber quedado en España, él podría haber jugado en el Real Madrid, en el Barcelona, donde quisiera.

Carlos Morete, en Las Palmas, abajo, en el medio; arriba, cuarto desde la izquierda, Miguel Brindisi, un compañero al que siempre admiró

-¿Y de los punteros que tuviste al lado qué podés contar?

-El mejor que tuve en mi vida fue Pedro González. Él era wing, wing, uno sabía que desbordaba y tiraba el centro. Como el Negro [Oscar] Ortiz, otro que era excepcional, la llevaba pegada, vos sabías que te amagaba y te iba a salir por afuera, pero no sabías cuándo, esa era la cuestión. La pena fue que con él en Independiente no tuvimos mucho tiempo juntos. Lo hicimos mientras Bochini estuvo lesionado. Iba el Negro por izquierda, Calderón por derecha y Burruchaga de 10, pero cuando volvió el Bocha, Nito Veiga quitó a Ortiz. En cambio, con Pedro González nos entendíamos bárbaro. Había algo que sabíamos solo él y yo: me tiraba el primer centro al primer palo y el segundo al segundo, así yo podía anticiparme para ir a buscarla. Había pocos tipos como ellos. El Mono Mas era crack, pero más goleador, pateaba el arco de cualquier lado. Yo sabía que si la jugada venía del lado izquierdo tenía que ir al área, porque le podía salir un tiro abierto, o porque se le escapaba al arquero y podía aprovechar el rebote.

Todo futbolero de ley tiene sus ídolos. El que lo deslumbró en la niñez o recibió por herencia de papá, del tío, del abuelo, del hermano mayor. El que modeló por su cuenta en la adolescencia o la juventud, a partir del gusto, el asombro, la empatía, el placer, el éxito o todo esto al mismo tiempo. Y a veces, también, surge uno ya en edades adultas. Como una sorpresa, una pulsión poco explicable, o la manera de demostrarse a uno mismo que no hay edad para sentirse genuinamente emocionado. El Puma Morete cumplió casi paso a paso esta secuencia de admiraciones e idolatrías. Comenzó con el referente en el oficio de hacer goles; continuó con el colega que lo fascinó desde dentro de una cancha; y sigue en la actualidad, aunque sea lejos del césped.

El ídolo que tuve en mi puesto fue Luis Artime. Una fiera, siempre lo admiré, no entendía cómo podía ser que las pescara todas en el área. Aunque a mi ídolo máximo lo conocí después. Es Johan Cruyff, el más grande. Después podés poner ahí a Messi y a Maradona, pero el número uno fue Cruyff. El tipo cambió el fútbol cuando jugaba y lo volvió a cambiar como técnico.

-Lo habrás tenido varias veces como rival.

-Sí, en tres de los seis años que estuve en España jugué en contra suya. Ganaba los partidos él solo, era una cosa de locos. En la final de la Copa del Rey del 78 que jugamos con Las Palmas perdimos 3 a 1. Fue su último partido en el Barcelona. Iba a buscarla a su área, agarraba la pelota y en un momento ya estaba en el área nuestra. Me decían que era como Di Stéfano, aunque con otro ritmo, porque Cruyff volaba. Vos sabías que la iba a tirar larga, de pronto frenaba y volvía a salir. Cómo cabeceaba, cómo le pegaba a la pelota. Le pedí la camiseta y todavía la tengo, incluso con el brazalete de capitán. Es preciosa, porque además no es como las de ahora, que te cuesta encontrar el número entre las publicidades. Esa no tiene ni marca, ni Adidas, ni Puma, ni Nike, nada, el 9 en la espalda y el brazalete. Nada más. Pensar que en un momento pudimos jugar juntos.

Morete es ídolo en Las Palmas; aquí en un tributo que le hizo el club de la Gran Canaria junto a tres de sus compañeros: Quique Wolff, Miguel Brindisi y Daniel CarnevaliUDLP_Oficial

-¿En serio? ¿Cuándo y cómo fue?

-Yo estaba por cumplir mi segundo año de contrato en Las Palmas y vinieron a verme [Josep] Minguella, aquel representante que trabajaba para el Barcelona, con otra gente del club porque me querían comprar. En ese momento, yo en Las Palmas no te digo que era Dios, pero más o menos. Y pensé: “En Barcelona está Cruyff, voy a ser uno más, si ando mal tres partidos seguidos no les va a importar pegarme una patada en el culo”. Hablé con la gente de Las Palmas, conseguí que me dieran la misma guita que me ofrecía el Barça y renové por tres años más.

-¿Volviste a verlo a Cruyff después de aquella final?

-Hablé con él por teléfono tres meses antes de su muerte, estaba radicado en Barcelona. Tengo grabada la conversación. Ese día me contó la verdad de por qué no vino a jugar el Mundial 78. No fue por la situación política que había en Argentina, ni porque la mujer no quiso que viniera. Ella no estaba bien de salud y prefirió quedarse a cuidarla, darle la prioridad a la mujer antes de jugar un Mundial. Vos fijate la actitud del tipo…

-Y ahora, de mayor, tu idolatría tomó un camino totalmente diferente. Te delata la gorrita de Max Verstappen que llevás puesta en tu foto de perfil en las redes.

-¿Sabés lo que pasa? Hoy, la Fórmula 1 me atrae más que el fútbol. A mí me gustaba Ayrton Senna. Después, cuando murió, dejé de darles bolilla a los autos, hasta que apareció este pibe [Max] Vestappen. Me cautivó desde que lo vi. No sé qué tiene, pero me hice fanático suyo. Ahora mismo, antes que ir a ver cualquier partido de fútbol, muero por ir a verlo correr, darle la mano y sacarme una foto con él.

Carlos Morete es un caso único en nuestro fútbol: jugó en cinco clubes diferentes y fue campeón con cuatro de ellos -River, Boca, Independiente y Argentinos Juniors; solo en Talleres no dio una vuelta olímpica-, aunque su participación fue despareja en cada caso. Vital en la consagración del Millonario cuando en 1975 quebró la racha de 18 años sin festejos, el Puma sumó pocos minutos en el Boca de un joven Diego Maradona en 1981, y si bien integró el plantel de Independiente en la conquista del Metropolitano de 1983, su mayor aportación había sido el año anterior, cuando el Rojo fue subcampeón de Estudiantes en los dos torneos de la temporada. Por fin, en La Paternal alternó titularidades y suplencias aunque se dio el gusto por partida doble, en el Metropolitano 84 y la Copa Libertadores 85, el único título internacional en su larga carrera. “Solo me faltó jugar un Mundial”, afirma, dejando traslucir cuál es la espinita que le quedó atravesada.

Carlos Morete estuvo en la primera convocatoria del ciclo de Carlos Bilardo al frente de la selección argentina, en marzo de 1983

-Estuve con Sívori en la gira que se hizo un año antes de Alemania 74, cuando les ganamos 3-2 a los alemanes, y volví cuando agarró Bilardo en el 83. Llamó a seis jugadores de Independiente, entre ellos a mí. Incluso hice el gol del 1 a 0 a Chile en un amistoso en cancha de Vélez. Después, [José Omar] Pastoriza nos limpió a Olguín y a mí por viejas situaciones que venían de la huelga de futbolistas de 1971 y dejé de jugar. Entonces Bilardo me llamó un día para tomar un café y me explicó que si yo no jugaba no podía volver a llamarme. Fue un gesto extraordinario el suyo, difícil de encontrar. De todos modos, creo que el Mundial en que pude haber estado fue el del 78. Lo que pasa es que Menotti no trajo a nadie de afuera, solo a Mario Kempes. A veces los técnicos tienen sus cosas, si ni siquiera lo llamó a Brindisi…

-Tampoco en Boca jugaste demasiado…

-No, pero eso lo sabía de antemano. En aquel momento tenía que volverme de España. Lo llamé dos veces a [Rafael] Aragón Cabrera, el presidente de River, para decirle que quería volver al club para retirarme ahí. Me contestó que no era el momento, le insistí, me dijo que habían traído a Kempes y se negó. Me llamó dos años después, en el 82, pero yo le había dado mi palabra a Pedro Iso, y me fui a Independiente, a veces las cosas se dan así. El asunto es que para volver a jugar acá tenía dos opciones: Racing, que no tenía un peso para pagar mi pase, o Boca. Hablé con Silvio Marzolini, que iba a ser el técnico, y él fue muy claro: “Yo voy a jugar con dos punteros abiertos y Maradona y Brindisi por adentro”, como para que entendiera que iba a tener muy poco lugar. Le dije que no me importaba, que iba a estar dispuesto cuando él decidiera ponerme, y fue lo que pasó.

Carlos Morete encara y Edgardo Bauza lo marca, durante un Boca-Rosario Central de 1981; atrás observa Diego Maradona

-Nada que ver con lo que habías vivido en River en el 75.

-Aquel año fue un sufrimiento hasta el final. Y eso que íbamos muy bien desde el principio. Cuando llegó Ángel [Labruna] nos dijo muy convencido: “Yo tengo mucho culo, este año vamos a salir campeones”. Y la verdad es que se armó un gran equipo, con Perfumo, Perico Raimondo, Comelles, el Gringo Ártico, Passarella, Héctor López y los que ya estábamos en el club. Pero al final nos agarró un bajón. Alonso estaba suspendido y perdimos tres partidos seguidos por 1 a 0, empatamos el siguiente, hasta que volvió el Beto contra San Lorenzo, ganamos, mantuvimos la ventaja sobre Boca y en la fecha siguiente, la de la huelga, salimos campeones.

-¿Fue el mejor equipo en el que jugaste?

-Uno de los tres, junto al Independiente del 82 con Nito Veiga, y a aquel Las Palmas con Carnevali, Brindisi y Wolff que dirigía Miguel Muñoz, un tipo espectacular al que le encantaba hablar de la Argentina. Los sábados a la noche cuando terminábamos de cenar salía a la galería del hotel, se prendía el cigarro, y como sabía que Carnevali y yo fumábamos, nos invitaba a ir con él. Nos decía que para que fumáramos a escondidas en la pieza, mejor hacerlo todos juntos y charlar un rato.

En la vieja Doble Visera, con la camiseta de Independiente, en un encuentro contra Chaco For Ever, por el torneo Nacional de 1983

-¿Vas mucho a la cancha?

-El día que hicieron el homenaje por los 50 años del River campeón del 75 estuve hablando bastante con [Jorge] Brito. Me decía que tenía que ir, integrarme como Alonso o el Pato Fillol. Entonces le pregunté, ¿para ver qué? Era un lunes y el jueves se jugaba el partido contra Libertad de Paraguay por la Libertadores. Me insistió tanto que fui. Me encantó la comodidad del palco, las butacas, el catering, la atención, los baños, pero la verdad no me llama el fútbol, ni de acá ni del mundo. Solamente me gusta y quiero ver a Messi.

El goleador de antaño tomó una distancia que parece insalvable con el espectáculo del fútbol. No del todo, porque confiesa que lo mira por televisión, y muchas de sus opiniones están muy ligadas a la actualidad, pero sin la pasión ni la necesidad de estar pendiente del día del día. En algunos puntos, se nota que añora el modo en que se hacían las cosas allá por los años 70 y 80; en otros, simplemente, acepta que todo ha cambiado y se siente ajeno a los nuevos caminos que han tomado el juego y el negocio.

Carlos Morete, en una imagen de 2020, cuando posó para LA NACION en el MonumentalSebastián Rodeiro

-Mi hija vive en Turín y cuando fui a visitarla este año había comprado entradas para ir a ver Torino-Inter, quería que conociera el estadio. No tenía muchas ganas, pero fui igual. Se largó un diluvio impresionante, me mojé todo, Inter ganó fácil, todo fue un poco medio pelo. En cambio, lo que me conmovió en serio fue subir a la montaña donde se estrelló el avión que llevaba al plantel del Torino en 1949. Hay fotos de los jugadores que murieron esa noche, la gente sigue dejando ofrendas, es tremendo. Me puse a llorar…

-Entonces no puedo preguntarte por cómo ves a River, por ejemplo.

-Le doy poca bola, pero también me doy cuenta de algunas cosas y las comparo con lo que pasaba antes. Mirá, a Wolff, a Carnevali y a mí Las Palmas nos siguió dos años antes de comprarnos. Venía el gerente del club a Buenos Aires, te hablaba de cómo era el equipo, la isla, de cómo podía adaptarse la familia a vivir allá… Pensá que mi hijo tenía seis meses cuando nos fuimos. Bueno, yo no veo que hoy se haga eso. Desde hace un año que se nota que a River le hace falta un jugador que maneje los hilos en el medio y se sabía que Kevin De Bruyne quedaba libre del Manchester City. ¿Alguien viajó a seducirlo, a mostrarle qué clase de institución es River, lo que moviliza en cada partido? Hoy River puede traer al jugador que quiera, otra cosa es que el tipo no quiera venir, ¿pero alguien se tomó un avión para intentarlo?

-¿No será que se sabe que una estrella como De Bruyne es impagable para el fútbol argentino?

-Yo sé lo que cobran los jugadores de River. Algunos ganan más que en Europa. Este año el club pagó como 12 millones de dólares por Driussi y otros 15 por Castaño. De Bruyne arregló con el Napoli por 11 millones de euros anuales y te ahorrabas el pase porque estaba libre, pero ese tipo te sacaba campeón y recuperabas el dinero vendiendo camisetas. Si lo veo yo, que miro el fútbol medio de reojo, ¿cómo no lo piensan los que dirigen el club? El ejemplo está en Boca. Trajo un solo jugador, Paredes, y le cambió la cara porque le da calidad y distinción al equipo. Vos ves que es diferente cada vez que toca la pelota.

-Entonces será más fácil buscarte en un circuito de Fórmula 1 que en una cancha.

-No, no. Al Monumental voy a ir, pero por ir a River y porque no sé cuántos clubes en el mundo tienen un palco tan cómodo, no por ver el fútbol que se juega hoy.

El futuro de un futbolista después del retiro es un intríngulis que no todos saben resolver de un modo satisfactorio, más aún cuando deciden no seguir directamente ligados a la actividad. Carlos Morete, fiel a su apodo de Puma, actuó con astucia felina y espíritu silvestre. Comenzó muy temprano a invertir en el campo, y gracias a esa habilidad logró regalarse una vida relajada, en lo económico y en lo espiritual. Solo el fallecimiento de Graciela Elba, su compañera de toda la vida, hace un par de años, le modificó algunos hábitos y le alteró la paz.

-Mirá, esto puede caer antipático, pero el único amigo de verdad que me dio el fútbol fue Hugo Pena, y murió hace mucho. Mi amiga, pero también mi guía, fue mi señora. Ella tenía la precisa y además siempre estuvo empujándome, lista para seguirme con los chicos adonde hubiera que ir. Ahora llego a casa a la noche y todavía no puedo acostumbrarme a no tener con quien hablar. Por suerte, ir al campo me da felicidad.

Carlos Morete en el campo que posee por Exaltación de la Cruz@CarlosManuelMorete

-¿Dónde tenés tus chacras?

-En Exaltación de la Cruz, tardo 45 minutos en llegar desde Buenos Aires. Me encanta agarrar el mate e irme a oler ese aroma, a mirar los teros. Una vez por semana compro facturas o tortas fritas y me junto a matear con un hombre que conozco hace como 30 años (este sí que está cerca de ser amigo). A veces me quedo por allá hasta las 9 de la noche.

-¿Son campos agrícolas o ganaderos?

-Agrícolas y sin una sola construcción adentro. Empecé con esto cuando estaba en Boca, y al principio compré un campo en Santa Fe que tenía también ganadería, hasta que me di cuenta que si no estaba allá para controlar todo, la cosa se complicaba. Así que lo vendí y me vine para acá. Tengo gente que trabaja las chacras, se encarga de rotar los cultivos y hacer las transformaciones después de la cosecha y yo no tengo que romperme la cabeza con nada. El campo deja menos rentabilidad que alquilar un departamento, pero da menos problemas, y además lo podés disfrutar, porque un día te vas con tres o cuatro amigos y te preparás un flor de asado. A mí siempre me gustó que las cosas sean así, simplonas, tranquilas.

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