En marzo de 2023,el diario La Nación contó la historia de las 78 mujeres más buscadas de la Argentina: por una orden judicial, el Estado las debía rastrear en todo el país. Sin embargo, esa investigación dejó en evidencia que policías, fiscales y jueces hacían muy poco para encontrarlas o lo que hacían era ineficiente.
Hoy, dos años más tarde, se determinó que 17 de esas búsquedas tuvieron un final o una revelación clave: la Justicia confirmó su muerte o investiga esa hipótesis con muchas certezas. En la mayoría de esos casos, en 12 de ellos, esa novedad se relaciona con la violencia de género más extrema: el femicidio. Y lo que agrava todavía más la situación es que los restos de las víctimas fueron hallados solo en un caso.
Estas 17 mujeres, muchas de ellas adolescentes y jóvenes, estuvieron, en casi todos los casos, desaparecidas durante varios años. Y sus búsquedas tuvieron el peor de los desenlaces: a la mayoría las mató alguien que conocían.
Para sus familias, esa certeza dolorosa abrió nuevas preguntas: ¿cómo y por qué las mataron? ¿Qué hicieron con sus cuerpos? ¿Las desaparecieron para ocultar el crimen o les quitaron la vida como una forma irreversible de desaparecerlas?
Tres tucumanas figuran entre estos 17 casos en los que la Justicia determinó su muerte, aunque sin el hallazgo de sus cuerpos.
Daiana Abigail Garnica
“Todavía nos cuesta creer que Daiana murió porque nunca vimos su cuerpo. Pero sabemos que hubo un equipo de trabajo buscándola con vida. Y ese equipo determinó que así fueron las cosas”, dice con resignación Sonia Garnica, la hermana mayor de Daiana.
Cuando dice que “así fueron las cosas”, Sonia se refiere a que la Justicia concluyó que a Daiana la mató Darío Suárez, un vecino de la familia, y que ocultó sus restos, que siguen siendo un enigma hasta el día de hoy. Le dieron prisión perpetua y actualmente está en prisión. “Sé de otras causas en donde el veredicto fue femicidio con ausencia de cuerpo, pero donde encontraron algo de la víctima. En el caso de mi hermana no se encontró nada de ella. Entonces es difícil de asumir”, reconoce Sonia.
Daiana Abigail Garnica desapareció la tarde del 6 de mayo de 2017 en la localidad tucumana de Alderetes, en donde vivía. Antes de salir de su casa para buscar un pedido para el kiosco de su mamá, había contado en su casa que Suárez le había pedido que lo acompañara a hacer una compra pero que ella se había negado. Cuando la adolescente de 17 años empezó a demorar más de la cuenta, la familia revisó el celular que había dejado cargando. Allí encontraron los mensajes de Suárez y un pedido adicional: que no se lo contara a su familia.
“Uno de mis hermanos lo cruzó a Suárez esa noche, mientras buscábamos a Daiana, pero él negó haberla visto”, recuerda Sonia. “Tuvimos que insistir para que nos tomaran la denuncia porque en la comisaría no querían. Después nos enteramos de que recién al otro día la comisaría dio aviso a la fiscalía”, cuenta.
En un primer momento, la Justicia también barajó la posibilidad de que Daiana hubiera sido víctima de trata. Pero con el avance de la investigación desestimó esa hipótesis y creció la del femicidio. El hallazgo de un manuscrito de Suárez fue determinante. Dice lo siguiente: “Daiana hermosa de chiquita has sido como mi hija, pero no aguanto más mi amor. ¿Qué hago yo? Ya te voy a llevar a mi lugar eterno”. También fue clave el testimonio de una mujer que reveló que Suárez se la había llevado a vivir con él cuando tenía 12 años y que abusó de ella en reiteradas oportunidades.
Lo que desvela a los Garnica hasta el día de hoy es no saber qué hizo con Daiana. Y cómo lo hizo. “Era un hombre sin recursos. Una de las patas de su cama era un ladrillo. ¿Cómo hizo para hacerla desaparecer y no dejar rastros? Dicen que tenía contactos que quizás lo ayudaron”, dice Sonia con tono escéptico. Su voz se quiebra al recordar la alegría de su hermana y también al reconocer que, desde la sentencia, en la familia se habla cada vez menos de Daiana. Nadie quiere remover esa herida familiar que todavía duele y mucho.
Todavía hay un expediente abierto por la desaparición de Daiana, un expediente que solo debería cerrarse cuando el destino de sus restos tenga explicación. “Pero nadie hace nada. Nadie la busca”, reconoce Sonia. “Teníamos la esperanza de que Suárez nos dijera qué había hecho con ella. Pero lamentablemente eso no pasó”, concluye.
Milagros de los Ángeles Avellaneda Ojeda
Amalia Ojeda, la mamá de Milagros de los Angeles Avellaneda, relata con mucha tristeza las revelaciones que fueron surgiendo en la investigación por la desaparición de su hija, de 26 años, y su nieto, de un año, ocurrida el 28 de octubre de 2016 en el barrio Lola Mora, de San Miguel de Tucuman. Todas apuntan en forma contundente a que sus muertes no estuvieron exentas de violencia. También exponen que el femicida contó con una cadena de complicidades para ocultar pruebas y también los cuerpos.
Cuando en 2021 la Justicia condenó a Roberto Rejas, el padre de su nieto, a cadena perpetua por considerarlo autor de ambos crímenes, Amalia asegura no haber sentido paz. Tampoco alivio. “Rejas todo el tiempo se declaró inocente. A pesar de todo, a pesar de las pruebas”, se indigna la mujer.
Al momento de su desaparición, Milagros era empleada judicial y también mamá de Alvaro, un chico que ahora tiene 15 años. Con Rejas había tenido una relación breve, fruto de la cual nació Benicio. Pero el hombre insistía en que el bebé no era hijo suyo y se negaba a darle su apellido.
El 28 de octubre de 2016, Milagros le pidió a una amiga si la acompañaba a reunirse con Rejas. Como la amiga no pudo, fue al encuentro sola con Benicio. Esa misma noche, le escribió a su amiga diciéndole que Rejas le había pegado. Los mensajes de su amiga, en respuesta, quedaron con un solo tilde.
“Cuando fuimos a hacer la denuncia, nos dijeron que volviéramos al otro día, que seguro aparecía. Ahí le dieron a Rejas la primera ventaja”, dice Amalia. De todos modos, de la investigación surgieron pruebas contundentes. Por ejemplo, se determinó que el auto del hombre había recibido un lavado profundo con ácido y que los tapizados se habían cambiado. Así y todo, se encontraron impactos de bala y rastros de sangre humana en su interior. También que en su historial de búsqueda en Internet figuraba “descomposición rápida de cadáver”.
En septiembre de 2021, Rejas fue condenado a prisión perpetua por el femicidio de Milagros y el homicidio de Benicio. Una semana más tarde, se fugó del Cuartel de Bomberos de San Miguel de Tucumán, donde estaba detenido en forma preventiva, pero fue recapturado en Salta dos semanas después.
“Pasaron ocho años y no se quebró. Necesito que diga en dónde tiró los cuerpos”, ruega Amalia. “Necesito tener una tumba para llorarlos”, dice. La mujer está convencida de que Rejas contó con la complicidad de otras personas para limpiar pruebas y descartar los restos de ambos. “Pero en esta provincia las personas desaparecen y el Estado no se hace cargo”, concluye.
Angela Beatriz Argañaraz (Betty)
Ángela Beatriz Argañaraz tenía 45 años cuando desapareció el 31 de julio de 2006, fecha en que iba a asumir como directora de un colegio religioso de San Miguel de Tucumán. Por su desaparición la Justicia condenó a 20 años de prisión a dos novicias de esa escuela, acusadas de haberla matado y haber hecho desaparecer el cuerpo, cuyo destino es un enigma hasta el día de hoy.
Las personas condenadas por el crimen de Ángela ya están por cumplir su condena. Durante su permanencia en la cárcel no solo se casaron entre sí, sino que una de ellas hizo cambio de género y ahora es reconocida por la ley como varón. Mientras tanto, la familia de Ángela sigue sin poder responder la pregunta que se hace desde el primer día: ¿dónde están los restos Bety?
Cada vez que hay una audiencia con las personas condenadas, Liliana Argañaraz, hermana de Bety, les hace esa misma pregunta. “Una de ellas, Susana Acosta, una vez me dijo que no tenía una respuesta para darme, que no podía calmar mi dolor, ya que no sabe qué pasó con ella y en dónde está. La otra persona, que antes era Nélida Fernández y ahora es Marcos Fernández, nunca dijo nada”, cuenta Liliana.
La Justicia condenó a Acosta y a Fernández a 20 años de prisión por el crimen de Bety. Durante la investigación, para el Tribunal quedó probado que el asesinato tuvo lugar en el departamento que ambos compartían.
“Es un departamento céntrico, con una sola entrada. Allí se encontraron rastros de sangre y se confirmó que eran de mi hermana. La pregunta es cómo hicieron para sacar el cuerpo. Alguien las tiene que haber ayudado”, sostiene Liliana.
Cada vez que en esas audiencias Liliana pregunta por su hermana, los representantes del Tribunal le responden que ellos no están a cargo de la búsqueda. “Yo no sé quién está a cargo de la búsqueda de mi hermana. Es como si la Justicia me dijera que ya está, que no tiene nada más por hacer. Pero mi hermana nunca apareció”, se quiebra la mujer.
Liliana sostiene que la Justicia no agotó todas las posibilidades de búsqueda. Por ejemplo, dice que nunca se rastrilló el convento en el que Acosta y Fernández eran novicias. “Una persona vinculada al convento me dijo que ella no descarta que hayan enterrado los restos de mi hermana allí. Pero tiene mucho miedo de acercarse y testificar porque dice que estas personas son muy peligrosas”, agrega la mujer.
Hace unos días, Liliana volvió a soñar con su hermana. Más bien, soñó con que la búsqueda para dar con Bety seguía activa. “Fue muy duro despertarme y descubrir que sólo había sido un sueño”, concluye.