Tucumán está dando los primeros pasos para romper un mito histórico en Argentina: la idea de que el país no podría producir café de manera significativa. El avance decisivo se produjo gracias al convenio firmado entre Cabrales S.A. y el gobierno provincial, un acuerdo que combina asistencia técnica, investigación, transferencia de conocimiento y un compromiso de compra prioritaria, con el objetivo de transformar al cultivo cafetero en un aporte real a la economía regional.
Martín Cabrales
Lo que hoy se percibe como un proyecto inicial cuenta con un respaldo sólido en términos geográficos, históricos y productivos, y encuentra paralelos con regiones cafeteras de renombre internacional como Colombia, Cuba, Costa Rica y República Dominicana. Estas zonas, caracterizadas por pedemontes húmedos y con suelos profundos, presentan condiciones muy similares a las del oeste tucumano, donde las laderas de montaña descienden hacia el llano de manera escalonada y sombreada, creando un ambiente ideal para el desarrollo del café.
La semejanza no es casual. La combinación de altitud moderada, sombra natural, temperatura estable y suelos fértiles en Tucumán se asemeja a la de regiones como la Sierra Maestra cubana o el Eje Cafetero colombiano. Allí, variedades como Bourbon, Caturra o Castillo prosperaron durante décadas; en el pedemonte tucumano, lo mismo ocurre con cultivos de alta calidad como Geisha, Bourbon, Castillo y Pacamara, que ya muestran resultados prometedores en las primeras 23 hectáreas experimentales. Incluso algunas plantaciones han soportado heladas aisladas, lo que confirma que la especie puede aclimatarse de manera estable y abre la puerta a una ampliación a mayor escala.
El paralelismo con Cuba agrega otra perspectiva interesante: la isla logró durante años combinar la producción de azúcar y café en diferentes niveles altitudinales, optimizando su potencial productivo. En Tucumán, aunque no se replica exactamente ese modelo, existe una complementariedad natural entre los cultivos tradicionales —como la caña de azúcar— y el café. Mientras la caña ocupa las zonas más cálidas y bajas, el café se adapta a terrenos más frescos, húmedos y arbolados, lugares donde la provincia puede expandir la producción. De este modo, Tucumán podría diversificar su matriz productiva, incorporando al café como complemento de otros cultivos de valor exportador, como el limón, el arándano y la propia caña.
El acuerdo entre Cabrales y el IDEP actúa como catalizador de esta iniciativa. La empresa aporta conocimiento industrial, estrategias de manejo agronómico, planificación de mercado y acompañamiento constante para los productores, mientras que la provincia facilita el acceso a suelos adecuados, la disposición de productores a diversificar y la infraestructura institucional necesaria para escalar el proyecto. Además, Cabrales tiene prioridad para la compra de la producción local, asegurando una salida comercial clara para quienes participen del programa.
Actualmente, el proyecto cuenta con 23 hectáreas en producción experimental, pero las proyecciones son ambiciosas: se busca alcanzar 8.000 hectáreas cultivadas, producir 28.000 toneladas anuales y generar un impacto económico estimado en 250 millones de dólares por año. Incluso un escenario más conservador, con 5.000 hectáreas bien manejadas, podría aportar entre 15.000 y 18.000 toneladas de café verde, suficiente para abastecer aproximadamente un tercio del consumo nacional.
La importancia del proyecto se acentúa en un contexto en el que Argentina importa casi la totalidad del café que consume, principalmente de Brasil, Colombia y países de Centroamérica. La producción local, en condiciones pedemontanas comparables a las de estos países, no solo permitiría reducir la dependencia de importaciones, sino también desarrollar una identidad propia: el café tucumano. Desde ya, el sector visualiza una cadena de valor completa, desde la cosecha y el procesamiento hasta el tostado y la creación de marcas propias, con potencial incluso para ingresar al mercado internacional de cafés especiales, donde variedades como Geisha alcanzan precios premium.
Los desafíos son significativos. El café es un cultivo sensible, afectado por heladas, radiación directa y manejo del agua. Escalar de decenas a miles de hectáreas requiere inversión, capacitación continua, infraestructura adecuada y estrategias técnicas que garanticen uniformidad en la calidad. Además, implica competir en un mercado global exigente, donde la consistencia del producto define la reputación de un origen.
Aun así, Tucumán parte con ventajas concretas: plantaciones piloto que han resistido el clima local, productores con experiencia en cultivos intensivos, estudios agronómicos en marcha, acompañamiento empresarial y un corredor geográfico que se asemeja más al Caribe y Colombia de lo que se suele imaginar.
Si las proyecciones se cumplen, Tucumán podría convertirse en la primera provincia argentina en producir café a escala significativa con identidad propia. En un horizonte de cinco a diez años, el pedemonte tucumano podría incorporarse al mapa cafetero latinoamericano, sumando un cultivo de alto valor agregado a la economía provincial y consolidando una historia de desarrollo similar a la de países que encontraron en el café no solo una fuente económica, sino también una marca reconocida internacionalmente.
El impulso de Cabrales podría quedar en la memoria colectiva como el momento en que Tucumán abrió la puerta a un nuevo horizonte productivo, replicando modelos exitosos del Caribe y los Andes, y posicionándose como pionera del café argentino, un sueño que hasta hace poco parecía imposible.