Los medios han desarrollado estrategias en la construcción de buenas y malas víctimas. La indefensión, la “bondad” de la parte afectada y otros puntos aportan a la producción de perspectivas románticas. “Él no hizo nada”, “era bueno”, “estudiaba”, “salió a tomar un helado y le pegaron”. Por supuesto, no justifico su asesinato ni la violencia, sino que lo pongo en contraposición con el otro relato, el de los “rugbiers”: “Premeditaron su asesinato”, “el violento video de Máximo pegándole a una bolsa”, “el video que muestra el perfil violento de uno de los acusados”, “los violentos antecedentes de los rugbiers”, “el perfil psicopatológico de los acusados”. Frases que suponen discursos de villanos y héroes. ¿Acaso no afectan nuestra capacidad de análisis, poniendo énfasis en lo natural de las personas y no en los aspectos construidos sobre y por las mismas?
Además, existen víctimas “malas” que, en cambio, sí merecen la muerte, aquellas linchadas por cometer un robo, por ejemplo. El merecimiento, muchas veces, tiene color de piel y billetera. Este caso particular puede ser paradigmático en ese sentido. Fernando era marrón y no provenía de una familia adinerada, pero la forma en la que fue encarnado su asesinato lo condujo a convertirse en una víctima positiva. La repetición de los golpes, la incapacidad para defenderse, el estar solo. A Fernando no se lo culpó de su propia muerte. Eso es lo que lo vuelve una buena víctima.
Paralelamente, se apuntó a la construcción del castigo merecido y, para eso, se hizo alusión a cuestiones no justamente legales del sistema penal argentino. La convocatoria de personas ex privadas de su libertad a diferentes medios de comunicación con el objetivo de desentrañar la forma (“naturalmente violenta”) con la que serían recibidos los ocho “rugbiers” a la cárcel aporta a discursos estigmatizantes respecto de las personas que se encuentran prisionizadas y su ámbito familiar. Las cárceles son catalogadas (bien podemos observarlo en “El Marginal”) como lugares sucios (nada que envidiarle a la realidad, aunque no es producto de la desidia de las personas allí alojadas, sino de un Estado abandónico), pero también extremadamente violentos. Las personas que se encuentran presas son expuestas como potenciales asesinos y ladrones. Facas, violaciones y otros aspectos esperan, según estas teorías, a los ocho acusados.
La sociedad, en este punto, exclama con vigoroso ensañamiento que merecen estar toda la vida en la cárcel, ser violados, golpeados y violentados “como lo fue Fernando”. ¿La lógica que prima?: la venganza. Las perspectivas punitivas abundan. La salida se presenta solo a través del castigo y no de la comprensión de los hechos como hechos sociales y culturales. Una vez más, sopa.
El discurso de la perpetuidad en la cárcel como sinónimo de justicia olvida o contradice los objetivos supuestos del sistema carcelario: la resocialización. Lejos de ser un concepto que identifique a quienes trabajamos la temática (porque niega que la persona prisionizada haya sido parte de la sociedad al momento de su detención), en este caso en particular, no existen discursos con expectativa de ella. El único pedido que gira en torno a los ocho es la cárcel como sinónimo de castigo. Esto contradice, a su vez, los fallos y la jurisprudencia que apuntan a que las cárceles sean lugares regidos por lógicas de dignidad y no violencia. Sin embargo, los medios de comunicación se ocuparon de potenciar perspectivas sobre la justicia como sinónimo del castigo. “La cárcel no repara”, rezaba una frase en una pared. Y todo de ella es verdad. La cárcel no repara el asesinato de Fernando ni devuelve a su mamá y su papá un hijo arrancado por conductas violentas. De todas formas, la cárcel puede constituirse como una forma de justicia para elles, mas no la única.